Carmen Carmona (*)
Trabajo mejor bajo presión. Me lo he dicho –y lo he dicho- una y mil veces. Y es verdad. Sentir el plazo de entrega como una espada de Damocles es inherente al periodismo, más si lo ejerces en la radio. Pero a veces, sobre todo ahora que no trabajo en la radio, reconozco que es, en ocasiones, una excusa. De las fáciles. Barata. De las que esconden otra realidad: me disperso. Eso sí, jefes presentes y futuros, que quede claro que siempre cumplo.
Lo que pasa es que me propongo centrarme en una tarea y sin darme cuenta salto a otra, y a otra, y a otra más. Al final, hago lo que tengo que hacer, así que, no, lo mío no es equivalente a “vaguear” (lo habías pensado, ¿eh?). Lo mío es PROCRASTRINAR. ¡Toma palabro!
La primera vez que lo leí, pensé que era una enfermedad. No es para tanto. Al menos en mi caso y, al menos, de momento (guiño-guiño). Viene del latín procrastinare y significa “diferir, aplazar” (Real Academia Española). Sí, básicamente es lo que hago, aunque de forma generalmente inconsciente.
Por ejemplo: tengo que documentarme sobre algún tema y al buscar en “san google”, un artículo me lleva a otro, y a otro, y a otro más… y al final termino leyendo cosas muy interesantes, pero que en ese momento no me ayudan demasiado a terminar la tarea inicialmente prevista, por lo que tengo de retroceder varios pasos y volver al camino. Spotify es otra de mis grandes tentaciones. Facebook y Twitter, ni te cuento. Maldita tecnología, antes esto no me pasaba tanto.
He consultado artículos de todo tipo -algunos en páginas de dudosa solvencia, la verdad, pasad de ellos- con listas de consejos para ser más productivos, aprovechar mejor el tiempo y rendir de manera óptima, los mantras de nuestra era. Son planes más o menos sencillos, con recomendaciones muy variadas en cuanto a número: cinco, diez, veinte pasos que conducen al objetivo final de dejar de procrastinar. Me parecen bastante lógicos. De hecho, son una revisión ampliada de lo que ya me decía mi madre: “Ponte a hacer lo que tienes que hacer”.
Estoy en fase de rehabilitación. La verdad es que no creo que “vivir al límite” (de los plazos de entrega) sea siempre negativo, pero a veces afecta a otras personas y no deja demasiado margen ante cualquier corrección necesaria. Y eso, estresa.
Sin embargo, estoy casi segura de que, aunque controle mejor las situaciones, siempre seré procrastinadora: mientras preparaba este artículo y me documentaba sobre qué es y cómo solventar la procrastinación, he leído varios reportajes sobre hábitos saludables que me han llevado a otros sobre disfrutar de la vida según viene, los mejores restaurantes baratos en Lisboa, rituales de belleza para sobrevivir al otoño, planes para no quedarme en casa, libros y discos recién presentados, conciertos imprescindibles, opiniones de otras personas sobre temas variados y un par de entrevistas políticas, además de mantener dos o tres conversaciones por Whatsapp… ¡Uf! De hecho, en su momento me enteré de que existen –existimos- las personas procrastinadoras en un claro ejercicio de procrastinación.
Eso sí, este artículo ha sido entregado a tiempo y ya tengo ideas para otros. Al menos, procrastino de forma creativa. Y eso es ser productivo, ¿no?
Luego, ¿es tan malo procrastinar?
(*) Carmen Carmona es periodista