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Tres cervantistas en busca de autor / Por Vicente Alberto Serrano

Tres cervantistas en busca de autor   /   Por Vicente Alberto Serrano

Luces y sombras

No deja de ser significativo que la primera biografía sobre Miguel de Cervantes se realizara por encargo. En pleno Siglo de las Luces, el Barón Carteret se empeñó en preparar una edición anotada de Don Quijote de la Mancha traducida al inglés para su reina. Se publicaría en Londres, en cuatro lujosos volúmenes y con 68 ilustraciones a página completa. Una ardua aventura editorial que se alargaría durante quince años. Apareció en 1738, cuando su destinataria, Carolina de Brandeburgo, reina consorte de Gran Bretaña e Irlanda y ávida lectora, lamentablemente había fallecido el año anterior. Edición enriquecida además con una rigurosa biografía sobre el autor, redactada por Gregorio Mayans i Siscar, polígrafo levantino que junto al Padre Feijoo representaban lo más sobresaliente de la primera Ilustración española. El mérito y el valor del texto de Mayans se basaba en que estaba escrito con brevedad, rigor y belleza, desde la admiración hacia la obra de aquel escritor, denostado en una época en la que ciertos críticos –entre ellos Agustín de Montano– sentían mayor inclinación por la segunda parte apócrifa de Avellaneda. Mayans decidió publicar en Madrid una corta tirada de veinticinco ejemplares en castellano antes de enviar el original manuscrito a Londres. Existe una edición actual de la Vida de Miguel de Cervantes Saavedra (Ed. Espasa Calpe). En sus primeras páginas podemos comprobar que el biógrafo señalaba la ciudad de Madrid como lugar de nacimiento de Cervantes, apoyándose en unos versos del Viaje al Parnaso (Ed. Castalia); eso frente a la reivindicación de poblaciones como Esquivias, Sevilla o Lucena que lo querían para sí y a la que él les rebatía sus argumentos hasta que no les mostrasen la partida de bautismo. Poco tiempo después, el erudito Martínez Pingarrón le hizo llegar copia de la auténtica partida de bautismo localizada en Alcalá de Henares, con el ruego de que además rectificase la fecha equivocada del año de nacimiento. Gregorio Mayans i Siscar prometió corregir todos aquellos errores en una nueva edición que nunca se llegó a publicar. Los ingleses y muchísimos más lectores de otros países en los que se tradujo tan clarificadora biografía, durante mucho tiempo, debieron quedar con la duda del lugar originario del escritor.

Nacer en Alcalá

A comienzos del pasado siglo se comenzó a reivindicar con vehemencia inusitada la auténtica patria del creador del genuino Quijote. En Alcalá de Henares ya se había erigido una estatua en su plaza principal, la pila bautismal (reconstruida) se mantiene entre las ruinas y cicatrices de la pasada guerra, un falso chalet de hechura entre herreriana y neomoderna –como casa natal– se construyó en 1956 en el centro de la porticada calle Mayor, una librería-papelería bajo los soportales de la Plaza, una fábrica de gasesosas, una funeraria y dos cines con el mismo nombre que, por lo visto, habían sido teatros en otro tiempo y pasaron a conocerse como el ‘grande’ y el ‘pequeño’, aunque a este último popularmente se le denominaba también ‘el pipero’, fácil de imaginar el porqué. Mientras que en las supuestas “cuadras” del jamelgo quijotesco se servían jarras de espeso tintorro de Arganda, acompañado de chorizos y morcillas, cuyas excelencias exponía la voz profunda del mesonero con rotunda convicción. Ya lo afirmó un escritor local: «El buen alcalaíno créese no menos que copartícipe en El Quijote e incluso generador alícuota de la persona de Cervantes. Nacer en Alcalá fue el acierto de ese ingenio…» Por aquel tiempo el consistorio decidió homenajear a unos cervantistas de pro e impusieron sus nombres en el callejero municipal. Tres eruditos afanados en explicarnos El Quijote y perfilar, con sus discutibles ficciones, la borrosa figura del autor.

Francisco Rodriguez Marín en su despacho.

Francisco Rodríguez Marín (1855-1943)

Cuando el escritor peruano Alberto Guillén entrevistó a don Francisco, el que fuera director de la Biblioteca Nacional y de la Real Academia le aportó una serie de rotundas afirmaciones que, rccogidas en el libro La linterna de Diógenes (Ed. Ave del Paraíso), no tienen desperdicio: «Yo soy un cervantista desde chiquito. Soy el que mejor comprende El Quijote. Nadie lo comprende. Sólo yo lo comprendo. Yo, que he dedicado toda mi vida a buscar lo que Cervantes quiso decir. Hace veintidós años que escribo sobre cosas de El Quijote. Yo he ganado mucho dinero con esto. Todos los años publico dos libros sobre Cervantes.» En una de aquellas obras (1917) certificó como auténtico el falso retrato de Juan de Jauregi (¿…?). Siempre se le atribuyó escasez de rigor filológico. Eso a pesar de la edición crítica que sobre Don Quijote de la Mancha publicó la editorial Espasa Calpe en ocho tomos y donde las abundantísimas notas a pie de página apenas dejaban ver y entender el bosque de aquella novela, por lo visto –según su punto de vista– ininteligible para el resto de los mortales.

Francisco Navarro y Ledesma y cubierta de la primera edición de su biografía sobre Cervantes (1905).

Francisco Navarro y Ledesma (1869-1905)

En la nota preliminar de El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra (Col. Austral), amena biografía sobre el autor de El Quijote, Navarro y Ledesma humildemente advierte: «Lector, si eres cervantista de oficio o erudito de profesión, te aconsejo que no leas esta obra, donde nada o casi nada nuevo podrás aprender.» La obra se publicó por primera vez en 1905, coincidiendo con el tercer centenario de la primera edición de El Quijote y la prematura muerte de su autor, ya que Navarro y Ledesma falleció con 36 años. Dirigió el Archivo General de Alcalá de Henares y mantuvo una profunda amistad con Ángel Ganivet y Galdós al que aportó datos para su novela Ángel Guerra (Alianza Ed.), incluso influyó en Ortega y Gasset cuando este redactó Meditaciones del Quijote (Ed. Revista de Occidente). Al parecer abofeteó a Clarín en las escaleras del Ateneo y criticó con saña a doña Emilia Pardo Bazán. A pesar de la advertencia preliminar, la lectura de su biografía sobre Cervantes resulta amena y nos aporta ciertos datos imprescindibles para conocer más a fondo al autor de El Quijote. Cuentan que cierto personaje izquierdista destrozó una placa conmemorativa al confundirlo con el político jonsista Ramiro Ledesma Ramos.

Luis Astrana Marín y cubierta del libro “Las profanaciones literarias”

Luis Astrana Marín (1889-1959)

Al parecer a los alcalaínos de otro tiempo les pasó lo que a “La paloma” de Alberti: se equivocaron. Se equivocaron al homenajear a su hijo más ilustre, porque colocaron una lápida recordatoria en el lugar que –creyeron– ocupó la casa natal; la tapia de un solar de la calle de la tahona. Pero en esto llegó don Luis que, con su autoritaria sapiencia y erudición, les sacó del error indicando el lugar exacto, sito en una calle paralela. De inmediato las autoridades desalojaron a los vecinos de aquella finca y adquirieron el solar colindante para construirle al Príncipe de los Ingenios el pomposo chalet que se merecía. Aunque esta historia la desarrolla mejor que yo José María San Luciano en su libro La casa de Cervantes en Alcalá de Henares (Ed. Domiduca). Rafael Cansinos Assens, en el voluminoso conjunto de sus memorias, titulado La novela de un literato (Ed. Alianza) cita constamente a Astranilla que era como se conocía popularmente al “insigne” cervantista; no precisamente para situarlo en buen lugar, sino todo lo contrario. De vida azarosa y camaleónica, Astrana siempre destacó por su facilidad para los idiomas. Comenzó colaborando en periódicos de izquierdas, aunque posteriormente se pasó a las páginas de Informaciones, por entonces diario pronazi y antirrepublicano; además con la llegada de Hitler al poder se perfiló como declarado antisemita en muchos de sus escritos. Durante la guerra civil no se alineó en bando alguno, pero en los oscuros tiempos de la inicial posguerra fue procesado y condenado a doce años de cárcel por su demostrada pertenencia a una logia masónica. En 1948 comienza la publicación de Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra (Ed. Reus), una extensísima  biografía cuya escritura le ocupará hasta 1958; desarrollada en siete tomos y por la cual recibirá la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Mucho antes, en 1918, ya había publicado Las profanaciones literarias. El libro de los plagios (Ed. Maxtor) donde atacaba obsesivamente a Rodríguez Marín, Julio Cejador, Julio Casares, Villaespesa y Martínez Sierra entre otros; acusándoles de haber copiado, unos todos sus conocimientos cervantinos y otros sus traducciones shakesperianas, pues siempre se consideró también el mayor conocedor de la vida y la obra del dramaturgo inglés. Denominó “leproso” el estilo de Gabriel Miró. Consideró el Modernismo como la labor de unos andaluces guasones. Negó el Ultraísmo y se consideró enemigo encarnizado de la generación del 27. Llegando a afirmar, con el beneplácito y admiración de los golpistas vencedores: «Aquí nadie sabe de Cervantes ni de Quevedo mas que yo. Toda la labor de esos que se consideraron cervantistas fue cominera y pedestre».

Escultura de Astrana Marín, entronizada recientemente en la plaza dedicada a uno de sus mayores enemigos. (Foto Esperanza Santos)Un homenaje

Un homenaje

En 1997, coincidiendo con el 450 aniversario del nacimiento de Cervantes, parte de la sociedad bienpensante de la ciudad complutense, decidió homenajear al más reconocido erudito cervantino (al menos así se lo creía él mismo), erigiéndole un monolito pétreo. De dudoso gusto por cierto. De la ruda piedra emerge en bronce su cráneo privilegiado soportado por un babero encorbatado; la mano derecha aparece por un costado, sosteniendo una tosca pluma (estilográfica naturalmente) y por el otro lado, el brazo izquierdo se presenta inquietante, agarrando un libro intitulado. Lo colocaron en las ruinas de Santa María, frente a la restaurada Capilla del Oidor que conserva la pila bautismal de Cervantes. La ciudadanía pronto supo calificar con gracia ese busto no parlante. Años después, con sabio criterio, lo exiliaron a la trasera de aquellas ruinas, donde pasó una buena temporada semioculto entre un par de olivos. Hace unos meses lo han vuelto a trasladar, tal vez para inferirle la dignidad que se merece. Hoy está ubicado a los pies de la torre, superviviente de una iglesia destruida. Paradojas del destino: ahora preside la plaza dedicada a Francisco Rodríguez Marín, al que el homenajeado llegó a insultar, considerándole un idiota que no sabía más que repetir lo que otros habían dicho, plagiando hasta las erratas (Cansinos Assens dixit). En resumen: ante estos tres cervantistas en busca de autor, creo que se hace imprescindible regresar –por nuestra cuenta– a las páginas de El Quijote. Tal vez no lo entendamos del todo, pero seguro que lo volveremos a disfrutar. De algunos otros elementos de la estatuaria e iconografía local, mejor no hablar.