Dos terremotos de gran magnitud han sacudido Turquía, dejando miles de muertos y de heridos o desplazados.
El primer seísmo, cerca de Gaziantep, junto a la frontera siria, tuvo una magnitud de 7,8 y se sintió hasta en el Reino Unido. El segundo se produjo nueve horas más tarde, en lo que parece ser una falla transversal, y registró una magnitud de 7,5.
Además de la devastación, según el gobierno turco, se han derrumbado unos 3 450 edificios. Muchos han fallado en un “modo panqueque” de colapso estructural.
¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Fue simplemente la enorme magnitud y violencia del seísmo, o el problema está en los edificios?
Miles de años de terremotos
Los terremotos son frecuentes en Turquía, que se encuentra en una región sísmicamente muy activa donde tres placas tectónicas chocan constantemente entre sí bajo la superficie de la Tierra. Los registros históricos de terremotos en la región se remontan al menos 2.000 años atrás, hasta un seísmo en el año 17 de la era cristiana que arrasó una docena de ciudades.
La zona de la falla de Anatolia Oriental en la que se produjeron estos seísmos se encuentra en el límite entre las placas tectónicas de Arabia y Anatolia, que se desplazan entre sí a una velocidad aproximada de 6 a 10 mm al año. La tensión elástica que se acumula en esta zona limítrofe de placas se libera con terremotos intermitentes, que se han producido durante millones de años. Así pues, los terremotos recientes no son una sorpresa.
A pesar de este conocido peligro sísmico, la región contiene muchas infraestructuras vulnerables.
En los últimos 2 000 años hemos aprendido mucho sobre cómo construir edificios que puedan resistir las sacudidas incluso de terremotos graves. Sin embargo, en realidad hay muchos factores que influyen en las prácticas de construcción de edificios en esta región y en otras del mundo.
La mala construcción es un problema conocido
Muchos de los edificios derrumbados parecen haber sido construidos con hormigón sin el refuerzo sísmico adecuado. Los códigos de construcción sísmica de esta región sugieren que estos edificios deberían poder soportar terremotos fuertes (en los que el suelo incrementa entre un 30% y un 40% la gravedad normal) sin sufrir este tipo de colapso.
Los seísmos de 7,8 y 7,5 parecen haber provocado sacudidas del orden del 20 al 50 % de la gravedad. Así pues, una parte de estos edificios fallaron con intensidades de sacudida inferiores a las del “código de diseño”.
Existen problemas bien conocidos en Turquía y en otros lugares para garantizar la seguridad de la construcción de edificios y el cumplimiento de los códigos de construcción sísmica. Se han observado derrumbes de edificios similares en anteriores terremotos en Turquía.
En 1999, un gran terremoto cerca de Izmit causó 17.000 muertos y el derrumbe de hasta 20.000 edificios.
Tras un terremoto en 2011 en el que murieron cientos de personas, el entonces primer ministro de Turquía y hoy presidente, Recep Tayyip Erdogan, culpó a la construcción deficiente del elevado número de víctimas mortales, afirmando: “Municipios, constructores y supervisores deberían ver ahora que su negligencia equivale a un asesinato”.
Reconstrucción
Aunque las autoridades turcas saben que muchos edificios son inseguros en caso de terremoto, sigue siendo un problema difícil de resolver. Muchos de los edificios ya están construidos, y la adaptación sísmica puede resultar cara o no considerarse prioritaria en comparación con otros retos socioeconómicos.
Sin embargo, la reconstrucción después del terremoto puede ser una oportunidad para reconstruir de forma más segura. En 2019, Turquía adoptó una nueva normativa para garantizar que los edificios estén mejor equipados para soportar las sacudidas.
Aunque las nuevas normas son bienvenidas, queda por ver si se traducirán en auténticas mejoras de la calidad de la construcción.
Además de la importante pérdida de vidas humanas y de los daños a las infraestructuras, es probable que ambos terremotos hayan causado una miríada de efectos medioambientales, como la ruptura del terreno, la licuefacción del suelo y los corrimientos de tierras. Estos efectos pueden hacer que muchas zonas no sean seguras para reconstruir, por lo que los esfuerzos de reconstrucción también deben incluir decisiones de planificación sobre qué se puede construir y dónde, para reducir los riesgos futuros.
Por ahora, las réplicas siguen sacudiendo la región y continúan las labores de búsqueda y rescate. Una vez que se asiente la situación, empezará la reconstrucción, pero ¿veremos edificios más fuertes, capaces de resistir el próximo seísmo, o más de lo mismo?
Mark Quigley es profesor asociado de Ciencias Sísmicas por la Universidad de Melbourne (Australia).
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.