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Un artista ucraniano sueña con Alcalá / Por Jesús Cañete Ochoa

Un artista ucraniano sueña con Alcalá  /  Por Jesús Cañete Ochoa

Luz de cruce

¿Qué pensaría usted si le cuento que un artista de origen ucraniano, que está entre los más valorados del panorama del arte contemporáneo, pintó, sin saberlo, varios cuadros de Alcalá de Henares?

Aquí va la historia. Antes de que se abriera el actual Caixaforum, la Fundación La Caixa tenía su sede en la madrileña calle de Serrano, un lugar mítico en donde, desde su apertura en 1985 hasta su cierre, se vivieron algunos momentos estelares del arte español e internacional. Entre ellos, la exposición colectiva de artistas españoles, «Otras figuraciones» (que supuso el salto internacional de Miquel Barceló), la exposición dedicada al arte povera del artista griego Jannis Kounnellis o muestras de corte etnográfico, como la que protagonizó el arte nigeriano bajo el título «África: Magia y Poder».

En el año 1994 se presentó la exposición titulada «Toponimias. Ocho ideas del espacio», comisariada por José Lebrero Stals. En sus salas había obras de artistas como Gerhard Richter, Julia Scher, Thierry Kuntzel o Art & Language. De todo lo expuesto me interesó especialmente la instalación titulada «Se vende (For Sale)», que Lebrero Stals calificaba como «instalación total». A esta pieza se accedía por un estrecho corredor por el que se llegaba a una sala que se encontraba poco iluminada, lo que le daba una apariencia fantasmal.

Entrada a la exposición.

A los pocos segundos, uno se daba cuenta de que se encontraba en un salón anticuado en el que se podían distinguir las cornisas doradas; en sus paredes de color verde oscuro había colgados varios cuadros. En el centro del espacio había unos cuantos muebles (sofás, mesas, sillones) cubiertos con una gran manta. Como pretendía el artista, transmitía la sensación de que los habitantes del lugar se habían marchado y todo se encontraba a la venta (de ahí el título de la pieza).

Vista de la instalación.

En el espacio era muy fuerte el contrapunto entre uno de los cuadros muy iluminado, al que se dirigía nuestra mirada al entrar en la sala, y otros cinco cuadros que estaban en penumbra y que, enmarcados con cristal, reflejaban al visitante y a los objetos cubiertos.

En el catálogo de la exposición se podía leer que en esta instalación el artista «ha desplegado el paraje de un ayer obsoleto e irrecuperable. La situación está dominada por la anacrónica y artificial imagen de un cuadro representando la panorámica de un Madrid que se descubre demasiado resplandeciente y, por lo tanto, ilusorio, ficticio y artificial». El propio artista decía que en ese cuadro, que era el principal de la sala, había pintado «el maravilloso Madrid, un precioso paisaje que, bajo la luz, es visible hasta el menor detalle».

«Madrid Maravilloso».

Y ahí llegaba la primera sorpresa, ese maravilloso Madrid no era sino una vista de la plaza de Cervantes de Alcalá de Henares. Pero no quedaba ahí el desconcierto, a medida que la vista se acostumbraba a ese espacio en penumbra, se podía apreciar que varios de los otros cuadros eran escenas urbanas de Alcalá. Estaban pintadas la ermita de la Virgen del Val, el patio de Filósofos del Colegio Mayor de San Ildefonso, la plaza de Cervantes (vista desde la torre de Santa María) y el Colegio de la Madre de Dios (actual Museo Arqueológico Regional). Es decir que, salvo un cuadro que representaba el arco de Cuchilleros de Madrid, los otros cinco cuadros eran lugares de Alcalá de Henares.

Ermita de la Virgen del Val.

Patio de Filósofos.

Plaza de Cervantes.

Colegio de la Madre de Dios.

Comencé en ese momento una pesquisa para averiguar en qué circunstancias se habían hecho estas pinturas. Falta por decir un dato fundamental, que el autor de esta instalación, que se fechaba en 1993, era el artista Ilya Kabakov.

A Kabakov, que nació en la ciudad ucraniana de Dnepropetrovsk en 1933, se le conoce como el padre del arte conceptual ruso. Cuando las tropas nazis penetraron en territorio soviético en 1941, se trasladó con su familia a Samarcanda. Más tarde se afincó en Moscú y recibió su formación en su Instituto de Arte. Durante años, Kabakov se dedicó a la ilustración de libros infantiles, pero, a fines de los cincuenta, comenzó un proceso de experimentación artística. En 1987 abandonó la Unión Soviética y se estableció en Nueva York, desde donde fue invitado a participar en la X Documenta de Kassel y en la Bienal de Venecia. En la ciudad norteamericana se encontró en 1989 con Emilia, una pianista –de la que era primo lejano–, con la que se casó. Tras su matrimonio, la pareja se ha mantenido unida en lo sentimental y en lo profesional, creando y firmando conjuntamente muchas de sus obras.

En mis gestiones ante la Fundación La Caixa logré conversar con quien había sido la coordinadora de la exposición, Asunción Cabrera, que me informó que esta pieza había sido un encargo a Kabakov para la Colección de Arte Contemporáneo de la Caixa que, en aquellos momentos, dirigía María Corral. También me explicó que, para completar la pieza, el artista había solicitado unas imágenes del viejo Madrid y que una persona de la Fundación le había traído una colección de postales que había adquirido en el Rastro. De ese modo, Kabakov pintó confiado en que las imágenes proporcionadas pertenecían a ese «maravilloso Madrid».

Sobre esta pieza, contaba Kabakov, que en su infancia una vez tuvo un sueño «en el que me sumergía en la oscuridad de una amplia habitación. Una luz ardía en la esquina de la habitación sobre la mesa. Mi madre, sentada dentro del círculo de luz, estaba leyendo un libro y yo permanecía todo el tiempo en la parte no iluminada, en la esquina semioscura. Al parecer, he recreado inconscientemente esta situación de mi infancia, donde todo era inestable, temporal, sin raíces.»

El caso es que no hace mucho tiempo he tenido una sorpresa parecida a la de 1994. A mediados de este mes de marzo acompañé a la poeta Ida Vitale a Málaga, pues en su Festival de Cine se presentaba el documental Ida Vitale (2023) que ha hecho sobre su obra la joven directora uruguaya, María Arrillaga. Con ese motivo hice una visita a varios museos malagueños. No podía faltar el Museo de Málaga para ver los cuadros de Enrique Simonet, ni el Museo Picasso, donde se proyectó el documental sobre Ida Vitale.

Quise también visitar el Museo Ruso para saber en qué medida estaba afectando a su programación la invasión rusa a Ucrania. Entre la media docena de exposiciones temporales programadas (y aquí viene la sorpresa) se encontraba la instalación «For Sale» (titulada ahora sin su traducción al castellano). Increíble que treinta años después me encontrara de nuevo con esta instalación y que nadie, ni las instituciones que la han albergado, ni la crítica de arte, hayan reparado en la presencia de estas escenas de Alcalá de Henares. Para ahondar en la sorpresa, el cuadro de la plaza de Cervantes, que en la exposición de 1994 era «Madrid Maravilloso», ahora, en el Museo Ruso, se titula «Roma Maravillosa». Hay que decir que, a la firma de la pieza, que en 1994 hacía en solitario Ilya Kabakov, se ha sumado en esta de Málaga su esposa Emilia.

Vista de la plaza de Cervantes titulada «Roma Maravillosa».

Vale la pena darse una vuelta por Málaga y ver esta pieza con sus cuadros alcalaínos. Tienen hasta el 6 de junio para disfrutar de esta exposición, así como de otros placeres que la ciudad andaluza ofrece a sus visitantes.

Ahora solo falta que esta «instalación total» venga en algún momento a una de las salas de exposiciones de Alcalá para que aquí su cuadro principal se titule con el más apropiado nombre de «Alcalá Maravillosa».

Ilya y Emilia Kabakov.

 

Jesús Cañete es doctor en filología, escritor y autor de varias publicaciones además de comisario de numerosas exposiciones de fotografía y de literatura.