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Y poesía cada día, entre la muerte y la lírica / por Vicente Alberto Serrano

Y poesía cada día, entre la muerte y la lírica / por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Allá por los años sesenta –tiempos de dictadura– en el diario ABC acostumbraban a insertar una página que, con el título de “… y poesía cada día”, nos despertaba por las mañanas a la parda realidad con dos únicas certezas: la muerte y la lírica. Antes de llegar a la posterior sección de huecograbado el diario nos regalaba -tras las esquelas- una magnífica página que se abría con breve reseña biográfica y retrato a plumilla del poeta en cuestión, más abajo unos cuantos poemas de su obra. Aún conservo aquel mazo de hojas recortadas que durante mucho tiempo supusieron mi mejor y más querida antología poética. Una colección de poemas que semejaba un sutil homenaje a Jorge Manrique porque: «…como los ríos que van a dar a la mar…» contenían en su reverso el recordatorio de la fugacidad de la vida, a través de esquelas de todos los tamaños. Posiblemente sea por eso que desde entonces le profeso tanto respeto y un sentimiento tan profundo a la poesía, síntesis de la existencia. Desde aquellas hojas —mitad vida y mitad muerte— hasta hoy, sigo escarbando constantemente entre poemas para tratar de sentirme vivo a través de los versos que se bifurcan.

 

Recomendar poesía

En la extraña obsesión por querer trasladar cierta adicción a los demás, me he pasado buena parte de mi vida tratando de sugerir lecturas; intentando transmitir —no sé si con algún éxito— las sensaciones sentidas ante las páginas de La Odisea, El Quijote, Moby Dick, Sandokan, Tintín en el Tibet o La metamorfosis. Quiero creer que con mi insistencia hasta es posible haya conseguido algún lector para la causa. Sin embargo nunca lo he intentado con la poesía. Ese respeto, posiblemente adquirido desde aquellos remotos tiempos en que coleccionaba a un tiempo esquelas y poemas, me ha hecho ser extremadamente cauto en mis comentarios sobre poesía. En ocasiones he leído más de media docena de veces el mismo poema sin lograrle arrancar su esencia, de pronto otro día he pasado casi de puntillas por los mismos versos y me ha arrebatado todo el secreto de la composición, entrando, desde ese momento, en íntima complicidad con su autor. Así, durante tantos años, se ha configurado en mí una antología personal de versos desparramados, necesarios comodines para las múltiples vivencias por las que atraviesa el ser humano: el amor, la muerte, la rebeldía social, la estupidez reinante, la falta de escrúpulos, las zancadillas, las mediocridades, las dictaduras, las preguntas a uno mismo, la soledad, las malas compañías, las ilusiones, las desilusiones, una mirada, los falsos discursos, la belleza de las personas y las cosas, la fealdad de otras personas y otras cosas, los amigos, los enemigos, las envidias, el sexo… un listado que se perdería hacia el infinito mientras nosotros hemos ido hilvanando para la ocasión los versos y la musicalidad de nuestros poetas más queridos.

y poesia cada dia Cernuda

Anverso y reverso de una página de “…y poesía cada día” en el diario ABC (finales de los años sesenta).

 

Una antología propia

Son claves tan personales que difícilmente se pueden transmitir; por eso lo único que suelo recomendar es una especie de fórmula mágica para sentir y vivir en poesía. Como el ABC de mi adolescencia, os animo a frecuentar un poema cada día, incluso si dispusieseis de tiempo, a copiarlo, a transcribirlo a un cuaderno; de este modo el poema se convertirá en algo vuestro. Raptar el poema de cualquier antología, según las apetencias del momento, porque un día os levantaréis con cuerpo de Quevedo y al día siguiente con espíritu de León Felipe; uno u otro os irán rondando por la cabeza a lo largo de la jornada. Pasados los meses habréis construido vuestra propia antología, limpia, sin prejuicios generacionales y sobre todo sin esquelas en el reverso.

 

Publicar poesía

En la actualidad el mundo editorial se mueve, ya sin pudor alguno, por terrenos donde priman de forma descarada los intereses económicos frente a las posibles querencias o apetencias de los lectores. Productos dirigidos, publicitados de tal manera que parece como si cada día se produjesen dos o tres obras maestras. Frágiles novedades, libros de choque que desconciertan al posible lector y arruinan al librero. Ya no existen librerías de fondo porque las editoriales han prescindido del catálogo. Si tratáis de localizar títulos imprescindibles de la historia de la literatura o del pensamiento, os veréis abocados a tener que visitar las bibliotecas públicas. Las librerías ya solo despachan –a su pesar– las novedades del momento. Imaginaros por tanto el porvenir editorial de la poesía. Hace ya algunos años una revista literaria publicó el resultado de una consulta dirigida a escritores, editores, historiadores de literatura y críticos. Les preguntaba cuáles consideraban ellos los diez mejores libros de poesía española del siglo XX. «Nuestro principal objetivo –declaraban al comienzo de la encuesta– pretende ser que algún lector vaya a una librería o baje de la estantería de su casa y descubra o relea alguno de estos libros que componen la mejor poesía del siglo XX».

 

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Jaime Gil de Biedma y Juan Ramón Jiménez, dos de los poetas escogidos en aquella encuesta.

Diez títulos

Transcribimos los diez primeros títulos de aquella lista, tan solo como una invitación formal para comenzar a reconciliarnos todos con la poesía: La realidad y el deseo, de Luis Cernuda; Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca; Cántico, de Jorge Guillén; Soledades, de Antonio Machado; Las personas del verbo, de Jaime Gil de Biedma; Diario de un poeta reciencasado, de Juan Ramón Jiménez; Hijos de la ira, de Dámaso Alonso; La voz a ti debida, de Pedro Salinas; El rayo que no cesa, de Miguel Hernández y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre. Escarbar entre los poemas de estos diez libros puede ser el comienzo de una sugerente relación.