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Aguja, hilo y una tonelada de felicidad / Por Anabel Poveda

Aguja, hilo y una tonelada de felicidad / Por Anabel Poveda

El verano se acerca peligrosamente y con él la hora de sacar las chichas al sol. Un año más llego tarde a la operación bikini pero es que tengo que reconocer que comer es un placer del que no me da la gana privarme. El gustirrinín que se siente al mojar el pan en la salsa es algo que debería ser obligatorio por ley como mínimo una vez al día.

Reconozco tenerle cierta envidia a aquellos que ingieren sólo para sobrevivir, sin encontrar ningún placer en ello pero, sinceramente ¡madre mía todo lo que se pierden!

Rondando los 40 he asumido que jamás entraré en una talla 36 y que padezco, desde adolescente, un mal que he decidido catalogar como “metabolismo ingrato y desagradecido”.

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Cuando tienes clarísimo que te engorda hasta el aire que respiras, lo mejor es aceptarlo y ver qué puedes hacer –con inteligencia- para que la báscula no se convierta en tu peor pesadilla.

Desde pequeña he batallado con los kilos de más y he tenido una relación de amor-odio con mi cuerpo que me ha llevado a experimentar todas las dietas del universo conocido: que si la piña, que si el pollo, que si proteínas, que si disociar, que si batidos sustitutivos. Y al final he llegado a la conclusión de que, como diría mi amiga Mayte, la única dieta eficaz es esa que consiste en “coserte la boca” cuando el cuerpo te pide a gritos un donuts de chocolate, o comértelo sin culpa y quemarlo de la mejor forma que se te ocurra (hay unas cuantas sanas a la par que divertidas).

No nos engañemos, deporte, vida sana y una dieta equilibrada son los mejores secretos para mantenerse en forma y bajarse de esa montaña rusa que un día te lleva a una talla 38 y dos meses después a la 44.

Somos unas tiranas y nos machacamos hasta puntos insospechados, cuando, seamos sinceras, la delgadez extrema como ideal de belleza está más en la cabeza femenina que en la masculina (porque reconozcamos que la mayoría de las veces lo único que buscamos es el reconocimiento ajeno).

Tanto sacrificio, tanta lechuga y tanta tortura para gustarle ¿a quién? Déjate de tonterías y quiérete a ti misma, tengas las hechuras que tengas, porque sólo tú eres responsable de la imagen que proyectas en el exterior.

Y que conste que lo dice una que entona el “mea culpa” y reconoce su tara, que yo soy de las que se cogen una gastroenteritis y le veo el lado positivo a estar tres días seguidos sentada en el señor Roca (aunque luego no adelgace ni un gramo).

Abogo por la libertad de ser feliz y quererse a una misma al margen de la tiranía de las tallas y, lo más importante, sentirse bien y cuidarse más por salud que por estética.

Mi truquito, después de muchos años buscando remedios mágicos que lo único que te hacen es perder tiempo y dinero, es comer bien, darme algún capricho, pegarle duro a la zumba para no tener que privarme de lo que me gusta (que, por supuesto, engorda) y, por encima de todo, aceptarme y ser feliz. La felicidad es el mejor tónico de belleza que existe. Te lo pones y te sientes la más guapa del universo automáticamente.

Quizás la llave sea dejar de encorsetarse en números ridículos porque, quién me lo iba a decir a mí pero abandonar la batalla fue la forma más sencilla de ganarla.