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Alcalá en letra de imprenta / Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Tiene esta ciudad una calle llamada Libreros. Hace poco han conseguido por fin hacerla peatonal. Cada vez que ahora paso por allí, me viene a la memoria una cursilona y muy antigua canción de José Sepúlveda, “El cerezo rosa”.  Al tiempo que pretendo intuir la sonrisa de mi amigo Manuel Peinado tratando de tararear la canción, aunque la copla sea mucho más antigua que nuestros años mozos. Hoy en la calle Libreros no hay una sola librería, pero está sembrada de “Prunus cerasifera”, unos arbolitos rojizos de origen persa. Variedad del cerezo que se conoce con el nombre de “Pisardi” en honor al jardinero francés que lo introdujo en Europa. Nos lo ha contado el maestro Peinado en estas mismas páginas. Él sabe mucho de esto y en su día pretendió hacer del centro de Alcalá una ciudad peatonal. Dice además que los “pisardi» resisten a la contaminación. Si, pero en la calle Libreros ya no existe una sola librería.

La calle Libreros a comienzos del pasado siglo

La calle Libreros a comienzos del pasado siglo

Guías de España

A comienzos de los años cuarenta, la editorial Destino a través de la colección Guías de España, acometió un ambicioso y monumental proyecto que no llegaría a culminar hasta mediados de los setenta. La serie se inició con Cataluña, de Josep Pla y se cerraría con dos tomos dedicados a Castilla la Vieja, escritos por Dionisio Ridruejo. Se trataba de unos gruesos volúmenes con cerca de 700 páginas, encuadernados en tela con vistosas sobrecubiertas realizadas por el acuarelista Frederic Lloveras y profusamente ilustrados en su interior con fotos de Catalá Roca, Ramón Dimas o Ramón Camprubí, entre otros. Descatalogados hace ya muchos años, hoy son un preciado tesoro para coleccionistas, bibliófilos y fetichistas en general. También resultan de gran interés para los simples lectores ya que la colección deparaba sorpresas como la del País Vasco, firmado por Pío Baroja; Andalucía escrito por José María Pemán o El País Valenciano analizado por Joan Fuster. Alcalá de Henares estaba ubicada en el tomo dedicado a Castilla la Nueva, su autor Gaspar Gómez de la Serna apenas le dedicaba ocho páginas a la ciudad, pero las magníficas fotos de Catalá Roca suplían de algún modo tal carencia. Al revisitar éstas páginas, inevitablemente evocamos todas aquellas ocasiones en que hemos encontrado, en páginas ajenas, comentarios sobre el territorio que habitamos. Siempre se acoge con curiosidad otra mirada. De este modo descubrimos fogonazos alcalaínos en las páginas de Ignacio Aldecoa, Con el viento solano o Sánchez Ferlosio, El Jarama. Los destellos de tu ciudad mostrados por algunos autores que de su visita fugaz nos dejaron sus personales y a veces controvertidas instantáneas, consiguen producirnos un interés especial. He aquí unas cuantas muestras de esa Alcalá en letra de imprenta.

Gaspar Gómez de la Serna y el Palacio Arzobispal

En el libro antes citado, fechado en 1964, Gómez de la Serna dedica un capítulo a ‘Las torres calladas de Alcalá’. Si el autor regresase ahora, en este nuevo tiempo de fundamentalismo religioso, comprobaría el coñazo campanil que dichas torres pueden llegar a dar. En cuanto a su texto apenas si se limita a un deprimente inventario de ruinas: «…con el siglo XIX se inauguró la mala fortuna para Alcalá, que comenzó desmochándola con el fuego que le pusieron los franceses y ya no paró la ciudad de caerse y arder hasta 1939, año en que se incendió el Palacio Arzobispal, que sobre haber sido uno de los mejores edificios renacentistas, albergaba el importantísimo Archivo General Central». Las bellísimas fotos de Catalá Roca que ilustran el texto, de algún modo contrarrestan la visión algo pesimista del autor. Sobre el incendio de aquel Palacio Arzobispal publicó José María San Luciano un volumen que además contenía el reportaje íntegro que realizó el fotógrafo Mariano Moreno sobre el Palacio a lo principios del pasado siglo (Ed. Domiduca).

Miguel de Unamuno por la calle Mayor

Tampoco Unamuno era un dechado de optimismo. Invitado por el Padre Lecanda, visitó la ciudad a finales del siglo XIX y en noviembre de 1889 publicó un artículo en El Noticiero Bilbaíno, con el título de ‘En Alcalá de Henares’ que posteriormente recogería en su libro De mi país (Ed. Espasa Calpe). En su retrato literario, ni la ciudad ni el lugareño salen muy bien parados: «En Alcalá es hoy todo tristeza. […] Los pobres soldados vagan por los soportales de la calle Mayor, los oficiales ociosos carambolean en el casino o enamoran para matar el tiempo, los alcalaínos se distraen en coleccionar fierro viejo, muebles viejos, barrotes viejos, cuadros viejos, en leer y componer poesía vieja, en cosas incomprensibles, o poco menos, en nuestro país».

Plaza de Cervantes en los inicios de los años sesenta.  (Foto Catalá Roca, del libro “Castilla la Nueva”, Gaspar Gómez de la Serna. Ed. Destino)

Plaza de Cervantes en los inicios de los años sesenta. (Foto Catalá Roca, del libro “Castilla la Nueva”, Gaspar Gómez de la Serna. Ed. Destino)

Eugenio Noel ante el sepulcro de Cisneros

Peculiar personaje de nuestra letras resultó ser Eugenio Noel; hoy bastante olvidado, pero en su tiempo corrosivo cronista de los más negro de nuestra España Negra. Combatiente furibundo de la Fiesta de los Toros y de la Semana Santa, si hoy levantara la cabeza comprobaría qué raquítica simiente dejaron, por desgracia, sus libros y artículos. España nervio a nervio se publicó por primera vez en 1924 y conoció alguna que otra reedición en la colección Austral. En el capítulo ‘Ante el sepulcro de Cisneros en Alcalá de Henares’, nos describe un  delicioso paseo por el parque O’Donnell y el Chorrillo y ante los cipreses del cementerio le viene a la memoria el pálido y grave semblante de Cisneros. Más tarde, en La Magistral, frente a su sepulcro, se cuestiona cómo debería ser la verdadera personalidad de aquel cardenal que organizaba sangrientos autos de fe en la plaza de Bib-Rambla. «…que hacía imprimir libros, que repartía luego en los conventos de monjas para que no estuviesen ociosas, y quemaba a millares en Granada los libros de los moros».

Edgar Neville y las camareras de La Hostería

La personalidad múltiple y genial de Edgar Neville le hizo experimentar también en el terreno cinematográfico y consiguió dejarnos una docena de excelentes películas. Dos de ellas las rodó en Alcalá: La señorita de Trévelez y la inolvidable El último caballo. Su particular sentido lúdico de la vida le llevó a publicar en 1957, en la editorial Taurus, Mi España particular (Reeditado hoy por Reino de Cordelia), una guía arbitraria de los caminos turísticos y gastronómicos de España y en ella no podía faltar un consejo alcalaíno: «Vale la pena hacer una escapada hasta Alcalá, aunque sólo sea a la hora de almorzar. Se da una vuelta por esa ciudad, que, a pesar de estar tan cerca de Madrid, tiene un sabor de provincia lejana; se admira la fachada de la Universidad y se almuerza en la Hostería del Estudiante, servido por unas camareras más bien gordas, vestidas no sabemos por qué, de negro, y se suele hacer un almuerzo muy suntuoso».

Leonardo Sciascia en la Plaza de Cervantes

El escritor siciliano Leonardo Sciascia fue invitado por Alberti, en 1984, para asistir al acto de entrega de su Premio Cervantes. Al parecer le dio tiempo de escaparse de tanta pompa y ceremonia y perderse por la Plaza de Cervantes aquel día de primavera. Su personal visión  la dejó plasmada en el libro Horas de España, publicado por Tusquets en 1990, ilustrado además con una foto de Ferdinando Scianna que capta a la perfección las palabras de Sciascia. «Los niños corren con sus juegos; los adultos descansan, como absortos. No es domingo, pero hay un aire dominical. Nos viene a la cabeza casi automáticamente las dos primeras palabras del prólogo de El Quijote: ‘desocupado lector`. Ahí tenemos desocupados lectores, desocupados hasta el punto de que nunca leerán ese libro. Pues ya están viviendo el reposo, la esperanza y demás».

Libreros sin librerías

Estos son unos mínimos ejemplos de esas visiones que de vez en cuando descubrimos agazapadas entre las páginas que solemos frecuentar. Cualquier ‘desocupado lector’ encontrará muchas más. Si, ya sabemos que en la calle Libreros no existe hoy una sola librería, pero en la ciudad aún sobreviven algunas y frecuentarlas no produce ningún tipo de urticaria.