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Del dicho al hecho hay un trecho / Por Ana Isabel Pérez

Otra vez la izquierda ha vuelto a demostrar que no está dispuesta a ser dirigida por una mujer

Los partidos de izquierdas llevan años enarbolando la bandera del feminismo. Captan sus votos de la indignación que millones de mujeres sentimos cuando a la luz de los datos de empleo, de ocupación por sectores o de ratios salariales entre hombres y mujeres se refleja una clara infravaloración de la mujer respecto del hombre ante los mismos puestos de trabajo, mismas capacidades o idénticos perfiles profesionales.

No dudan en llenar sus discursos con frases grandilocuentes que, como poco, exigen la feminización de la vida política. Se promete capitanear la lucha de la mujer hasta llegar a alcanzar lugares destacados en el ámbito político tradicionalmente ocupados por hombres. La eterna reivindicación; romper el techo de cristal para que las mujeres tengamos la mismas oportunidad que los hombres a la hora de poder desempeñar puestos directivos y de toma de decisiones.

Todo esto es la teoría. La bandera del feminismo, el mensaje que cala. Pero cuando llega el momento de la verdad, es decir, el de llevar su doctrina a la práctica, el planteamiento decae. Su enfoque pronto se desvanece. Cuando llega la oportunidad de decidir si quieren que las mujeres dejen de ser cuotas en los partidos y en las listas electorales, para pasar a ocupar puestos de poder real entre sus filas, el mensaje cambia.

Lo vimos en las primarias en el PSOE en Madrid que enfrentaron a Trinidad Jiménez y Tomás Gómez, como también sucedió cuando Carmen Chacón trató de alcanzar la Secretaria general del PSOE, que finalmente ganó Alfredo Pérez Rubalcaba. Siguiendo esta tónica, esta semana, lo hemos vuelto a ver en la disputa por la Secretaria general de Podemos en la Comunidad de Madrid que enfrentó a Ramón Espinar y Rita Maestre.

Mucho se nos ha criticado a quienes no queremos cuotas, a quienes defendemos la igualdad real entre hombres y mujeres, a quienes no estamos dispuestas a ocupar cargos por el mero hecho de ser mujer. Ni a quienes reivindicamos el mérito y la capacidad de las mujeres, como mayor garante, para desempeñar los mismos puestos que pueda ocupar un hombre.

Y con estos principios, los propios del centro-derecha, hemos conseguido grandes hitos por la igualdad de género que pasarán a la historia de nuestro país. Prueba de ello fue apostar por las primeras mujeres Presidentas del Congreso y del Senado; con Luisa Fernanda Rudi y Esperanza Aguirre. O como lo es que desde hace más de 13 años, de Esperanza Aguirre a Cristina Cifuentes, la batuta de la política en nuestra región se mueve al ritmo que marcan las mujeres.

Hechos y no palabras. Esta es, y no otra, la única manera de erradicar las desigualdades entre hombres y mujeres. Apostar por nosotras, creer en nosotras. Y así, lo reivindicamos quienes de verdad creemos en alcanzar la igualdad real.

Muy a nuestro pesar, lo que expongo en estas líneas habitualmente se ve excluido del relato feminista por la propia izquierda. No se cuenta en los movimientos feministas, ni se lee en los panfletos progresistas. Pero sin duda la propia naturaleza de esta realidad, sí hace que vayan a pasar a la historia como algunos de los grandes avances de la mujer en la crónica política de nuestro país.