El fin de Trump / Por Antonio Campuzano

En pocas fechas, el presidente Donald Trump se ha encargado de meter prisa a la urgencia. De adelantar al viento. De echar un pulso a la gravedad. Poco queda por medir del terremoto público que significa la llegada a la superficie de la preocupación de los hombres por parte de Trump. Ha elegido lo contrario de la adaptación, ese camino que significa ir despacio hasta el convencimiento por reiteración o por agotamiento.

El presidente americano tiene prisa. Mal entonces. El asunto de México sólo puede proporcionarle disgustos a los que seguirán más disgustos. El muro atesora una estética con la que muy poca gente está de acuerdo, máxime cuando el fin del muro de Berlín es ya una conquista de la humanidad, vencido ya emocionalmente el accidente histórico de la separación tan física de gentes de una misma ciudad. Eso no se puede consentir con alegría por nadie desde entonces, desde 1989.

Del mismo modo que la espontaneidad se da como imprevisión pero con una molécula al menos de efecto a partir de una causa, ya vienen a la memoria los adoquines del mayo francés, las tiendas de campaña de la puerta del Sol y el 15-M, las revueltas de eclosión imparable que terminan por calar en las epidermis políticas más afectadas por la sequedad. A México, atención, le va a venir mucho mejor que estupendamente el episodio del muro.

Legión van a ser los países que exuden solidaridad con el presidente Peña Nieto y el empresario Carlos Slim para absorber toda la producción exportable, naturalmente excluida la participación en esta actuación económica de los Estados Unidos. Ese 13 por ciento de la economía exportadora de México que va a parar al vecino del norte va a producir largas colas de participación colaborativa para impedir el pago del muro del país azteca.

Aunque solo sea por llevar la contraria a un nacionalista que cree que puede girar la historia porque ha ganado para perpetuarse a partir de un gobierno de cuatro años. Un triunfo con reglas democráticas no da para una revolución, como desea Trump.

Como dice ese mexicano tan buen escritor, Juan Villoro, en El testigo, en clave despreciativa de los rusos sobre la evolución de las cosas, «qué mal adaptaba la vida Dostoievski!!». Con un inicio más calmado, Trump hubiese carcomido muchas voluntades renuentes a este ídolo de pelo amarillo, pero está provocando los resortes espontáneos de las materias públicas y geopolíticas. Los movimientos que surgen de las implosiones con mucho ruido y luz, las inflamaciones históricas, pueden resultar de un peligro muy difícil de encauzar. Poca gente dudaba en los años sesenta del poder militar indubitado de los EEUU frente a las escaramuzas de defensa en Vietnam. Y aquello terminó de modo indeseado para toda América, y aún se están experimentando destrozos íntimos por aquella guerra inútilmente perdida. «Las afrentas que más duelen son las que proceden de la gente cercanas», también salido de la reflexión de Villoro junto con Ilan Stavans, en el ensayo El ojo en la nuca (Anagrama, 2014). Lo cercano es más fácil de arreglar logísticamente. Es o debe se más fácil, más funcional.

Antonio Campuzano