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El IES Ignacio Ellacuría está de cumpleaños / Por Carlos Cotón

El IES Ignacio Ellacuría está de cumpleaños / Por Carlos Cotón

Veinticinco. Veinticinco son las primaveras que cumplió en 2015 el IES Ignacio Ellacuría de Alcalá.
Me produce una modesta sensación de orgullo, poder escribir este artículo. Y es que, tengo la suerte, de haber formado parte del Instituto, durante seis años, ahí es nada. A la vez, es en cierto modo una responsabilidad, y lo que pretendo, a través del aniversario del centro, es mostrarles mi humilde opinión y vivencias que me depararon aquellas paredes.

Con motivo de su 25º aniversario, el centro ha creado una página web que recogerá todos los actos que se programen y celebren. Además, esta web servirá de homenaje para antiguos alumnos y profesores, y recordará la historia del Instituto a lo largo de estos veinticinco años.

Todavía recuerdo el primer día que pisé “el Ellacuría”, como comúnmente se conoce al Instituto entre sus alumnos y compañeros de otros centros. Se acabó el verano, y los nervios por saber con quien te tocaba compartir año en clase nos apoderaban.

Era una nueva experiencia, y lo nuevo, en ocasiones, inquieta. A partir de aquel momento, comenzó una andadura de seis años, en los que conocí a amigos y amigas, profesores y profesoras, en definitiva, una etapa donde empiezas a crecer como persona, donde comienzas a descubrir tus inquietudes, y como no, con momentos también, como no podían faltar, de largas tardes y noches de estudio. Nunca olvidaré 2º de Bachillerato, el último curso de estos seis años de vida académica, tanto por lo bueno como por lo malo.

Al final, estos seis años merecen la pena, y quedan guardados siempre, en la memoria de uno.
Diría que la etapa del instituto, es una etapa muy especial en la vida de un niño, que al fin y al cabo, es lo que somos en ese tiempo, niños, pero si además añadimos que esa etapa la vas a desarrollar en el Ellacuría, le otorga un carácter más especial de lo que ya es. Esto puede sonar poco objetivo, viniendo de alguien que estudió en el centro del que esta escribiendo, pero es lo que pienso, si se lo ocultase, les estaría mintiendo.

Siendo honesto, el primer año que pisé el recinto del Instituto, la primera clase que me impartieron allí, lo único que deseaba, es que estos seis años que me quedaban por delante, transcurriesen lo más rápido posible… ¡Acababa de empezar y ya quería irme!

Supongo, que por aquel entonces no era consciente de lo que me esperaba vivir allí.

En ese primer año éramos los nuevos, los “enanos”. Aún recuerdo, como en ocasiones, me intimidaba cruzarme con alumnos de cursos superiores, especialmente con alumnos de Bachillerato, pero bueno, al final como en todo, era cuestión de adaptarse.

En seis años, tienes que tener a diferentes profesores, con algunos coincides en otros cursos y con otros no. Cualquier alumno tiene profesores que le gustan más o menos, que les caen mejor o peor, pero sería injusto hacer distinciones, a fin de cuentas todos ellos tienen un gran mérito… ¡Aguantarnos durante seis años! Porque es cierto que una de las virtudes que guarda un profesor, es la paciencia. Santa Paciencia.

“Esto no es como el colegio, aquí tenéis que esforzaros más, es un escalón más alto”, esa era la retahíla que los profesores nos transmitían en nuestro primer año, y a medida que vas avanzando de curso, la frase es la misma, pero sustituyendo la palabra colegio, por la del correspondiente curso que te toca.

Una de las cosas más novedosas para mí, fue que contábamos con una cafetería en pleno Instituto. Cafetería que como una discoteca por la noche, estaba abarrotada de juventud, pero en este caso a la hora del recreo, a eso de las once de la mañana. Chucherías y bolsas de patatas, eran unos argumentos muy sólidos, a la par que golosos, para dejar en manos de Luciano-el encargado del servicio- nuestro aperitivo. Pero sin duda, algo que no olvidaré del Instituto, y aunque les parezca absurdo, son los bocadillos de Luciano, así bautizados por nosotros mismos, especialmente, en mi caso, el de tortilla, mi favorito.

Podría hacer una enumeración de todas los recuerdos que conservo del Instituto, pero mi intención no es aburrirles.

Sin duda, lo que me llevo de mi Ellacuría, permítanme el posesivo, es su principal activo, la gente-alumnos, profesores y personal del centro- que he conocido allí. He tenido la fortuna de convivir con ellos, durante seis años, y es que no es una cifra cualquiera, probablemente esos seis años, son de los más importantes en la vida de un ser humano.

Decía al principio del artículo, que “nunca olvidaré 2º de Bachillerato, tanto por lo bueno como por lo malo”. No se piensen que con lo malo, me refiero a tener que estudiar como si no hubiera un final, como una penitencia más que como una responsabilidad, no. Con lo malo, me refiero porque este último curso marca el final de una etapa, el final de uno de los mejores capítulos de nuestras vidas.

Nunca olvidaré al IES Ignacio Ellacuría, mi etapa allí, a su gente, el día a día y todo lo que me han aportado.

Gracias por haberme permitido realizar mi pequeño homenaje a mi instituto. Gracias al Ignacio Ellacuría de Alcalá.

Gracias.