Northfield, Minnesota: Jesse James [no] la cagó aquí / Por Manuel Peinado

Northfield, Minnesota: Jesse James [no] la cagó aquí / Por Manuel Peinado

Si a uno le gusta la vida plácida a lo Atticus Finch y sentarse en una mecedora en la esquina del porche para ver crecer el maíz o para leer a Mark Twain, Northfield, Minnesota, debe ser un buen lugar para vivir. El lema oficial del pueblo -«Vacas, colegios y satisfacción”- lo dice todo. Mientras logra hacer dos cosas al mismo tiempo, rellenar el depósito y masticar jerky, el empleado de la gasolinera me dice que ese es el lema oficial, aunque él, como el resto de los lugareños, prefiere otro: “Jesse James la cagó aquí”.

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Un fin de semana cada año, el que sigue al primer lunes de septiembre, los pacíficos habitantes de Northfield se desmelenan y organizan un festival al que acuden multitudes de los alrededores (y algún viajero despistado, como yo). Disfrazados de vaqueros, preparan barbacoas mientras que las bandas locales tocan música country y la Teddy Bear Band distrae a los niños de cabellos rubios y ojos azules que, como la guía de teléfonos local, plagada de apellidos suecos, denuncian el origen escandinavo de la ciudad. Ya saben, como en Scarborough Fair: Perejil, salvia, romero y tomillo; atracciones de feria de un inequívoco aire pueblerino, festones listados de barras y estrellas que cruzan las calles entrelazando los edificios de adobe y madera; muchachas en flor a la sombra de arces y robles que venden almuerzos de picnic para pagarse el viaje iniciático a Florida; mercadillos de “antigüedades” de anteayer; carpas alineadas a lo largo de la orilla del río Cannon de las que emergen aromas deliciosos a canela, mantequilla y a bollos recién horneados; casetas de tiro al blanco, barracas con fritangas y algodones de dulce.

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Charangas, desfiles de majorettes y de moteros en sus tronantes harleys bicilíndricas, la patrulla montada del sheriff del condado, reinas locales de la belleza que se mueven en grandes cadillacs convertibles, el inevitable rodeo profesional y una exhibición callejera en la que vecinos recrean la fuga de Jesse James, completan el paisaje festivo de un pueblo que apura hasta el último momento el tibio sol de un verano que se les escapa entre las manos antes de que el gélido invierno arroje sobre sus cabezas toneladas de nieve. Si quiere ver cómo se las gasta el invierno en Minnesota, vea lo que le cuesta conducir por la nieve a Frances McDormand en Fargo.

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El festival lleva por nombre: “La derrota de Jesse James”, una versión más educada del “Jesse James la cagó aquí” que aprendí en la gasolinera. ¿Qué se celebra? La respuesta está en Main Street, donde todavía se levanta en perfecto estado de revista el vetusto First National Bank, en cuyo asalto la banda de Jesse James encontró su Waterloo en septiembre de 1876. La antigua sede bancaria alberga hoy un museo local gestionado por una de esas pequeñas asociaciones americanas de aburridos vecinos que hacen bueno lo que decía Montesquieu: «Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento».

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Con su ajetreada vida de bandido y su muerte a traición, Jesse James (1847-1882) se convirtió en una figura legendaria del Medio Oeste. Huérfano desde los tres años, a los quince él y su hermano Frank se unieron a la guerrilla sudista de William Quantrill, un grupo de forajidos que se dedicaba al saqueo y al pillaje de poblaciones civiles. Esa fue la universidad donde ambos hermanos forjaron su porvenir. Terminada la guerra de Secesión, los hermanos se pusieron manos a la obra para hacer lo que sabían: constituyeron una banda que durante quince años fue el terror de bancos y ferrocarriles, y la pesadilla de sheriffs, marshalls y alguaciles. Thomas T. Crittenden, gobernador de Misuri, autorizó una recompensa de 10.000 dólares por la entrega, vivos o muertos, de los hermanos James.

El 7 de septiembre de 1876 parte de la banda se presentó en Northfield con la acostumbrada pretensión de asaltar el First National. Antes de hacerlo se emborracharon en la cantina, algo que no hubiera sucedido de haber estado allí el abstemio Jesse. El asalto fue una chapuza que acabó con el asesinato del cajero y a un cliente de inequívoco nombre sueco: Nicholas Gustafson. Los vecinos persiguieron y acribillaron a los forajidos, que murieron o cayeron heridos y prisioneros. La historia cuenta lo que sucedió; la leyenda lo que debió suceder. Aunque Jesse James nunca estuvo allí, ahora Northfield celebra su caída.

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Tras el involuntario ERE de Northfield, los James renovaron la plantilla y siguieron haciendo de la suyas. Aunque entre atracos y fugas Jesse debía tener una agenda atiborrada, le quedó tiempo para cortejar durante nueve años a su prima Zerelda con la que se casó y tuvo un hijo, Jesse Edwards, y una hija, Mary. Convertido en el respetable padre de familia Thomas Horward, se instaló en Saint Joseph, Misuri. Allí, en una casita blanca en lo alto de una colina del número 1318 de la calle Lafayette, cuya ubicación recuerda hoy una pesada lápida, pasó la Navidad del año 1881 junto a su madre, su esposa y sus dos hijos. En el invierno de 1882 decidió comprar una granja. Como andaba escaso de efectivo decidió hacer un último atraco en el banco de Platte City, Nebraska. Los miembros de su banda o estaban muertos o en prisión, de manera que Jesse reclutó a los hermanos Charlie y Bob Ford.

Los Ford, conocedores de que la cabeza de Jesse tenía una sabrosa recompensa, decidieron cobrarla por la vía rápida. El 3 de abril de 1882 Jesse debió haber hecho lo que se podía hacer en Sain Joseph: sentarse en una mecedora para contemplar el lento divagar de los barcos por el Misuri. Si lo hubiera hecho, habría advertido la llegada de sus dos asesinos. No hacerlo le costó la vida. Subirse a una silla para colgar un cuadro tiene los peligros de cualquier accidente casero. A Jesse colgar un cuadro le costó la vida. Desarmado e indefenso, un disparo por la espalda de Bob Ford que le entró por la nuca y salió por su ojo izquierdo acabó con su vida. La leyenda había terminado.

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Bob Ford posando con el revólver con el que asesinó a Jesse James.

Dada su trayectoria, el gobernador Crittenden, un antiguo coronel de caballería que había echado las muelas cabalgando por Kentucky, no parece que hubiera leído a los clásicos y menos que conociera aquella célebre frase -«Roma traditoribus non premiae»- que el cónsul romano en Hispania Marco Popilio espetó a los capitanes traidores cuando fueron a cobrar la recompensa por la muerte de Viriato. Cuando los hermanos Ford se personaron a por la suya, Crittenden puso a ambos a la sombra. Indultados por el gobernador, que de paso se había ahorrado la pasta, a Charles Ford le consumió la mala conciencia y se pegó un tiro. Su hermano Bob resultó muerto de varios disparos en un bar de Creek, Colorado. El cronista local escribió su necrológica: «Ha muerto el cobarde sucio y pequeñajo que disparó sobre el desarmado Mr. Horward y mandó a la tumba a Jesse James».

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A Jesse James no le dejaron descansar tranquilo. En 1995, para despejar las dudas de que Jesse fuera el hombre asesinado en Saint Joseph y sepultado en su ciudad natal, Kearney, Nebraska, el forense James Starr desenterró el cuerpo para practicarle la prueba del ADN. Las pruebas demostraron que el cadáver correspondía con un 99,7% de probabilidades al forajido. Aprovechando la exhumación, la Pony Express Historical Association se hizo con varios objetos personales del finado, que hoy exhibe entre otros artefactos relacionados por los pelos con los James, en la casita de la calle Lafayette, desmontada de su emplazamiento original, convertida en el Jesse James Museum, y traída junto a la mansión Patee, un antiguo hotel que es hoy un indefinible museo bastante kitsch, en el que nunca faltan visitantes incautos que, después de contemplar una réplica del cráneo de Jesse que muestra el orificio de entrada y salida de la bala que lo mató, son informados de que allí se alojaron la noche del crimen la madre, la viuda y los dos hijos del forajido asesinado.

Manuel Peinado Lorca