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Pensiones. ¿Faltan jóvenes o sobran jóvenes? / Por Manuel Peinado

La editorial Pirámide acaba de publicar el libro ¿Cobraremos la pensión?: Cómo sostener el sistema público de pensiones, una obra en la que el lector preocupado por el presente y de modo particular por el futuro de las pensiones públicas encontrará reflexiones de utilidad para fijar su posición ante las diferentes opciones existentes que pretenden configurar el modelo de pensiones para los próximos años.

Contando con la colaboración de expertos académicos y del mundo de las Administraciones Públicas en esta materia, el libro trata de abordar buena parte de estas cuestiones, centrándose en la óptica española y europea, analizando los comportamientos del sistema actual, las reformas habidas y ofreciendo propuestas de reforma y modificación de los mecanismos vigentes bajo determinados supuestos.

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Pero mientras se deciden a comprar el más que recomendable libro, les adelanto unas reflexiones que surgen a partir de su lectura y de la de un artículo publicado el pasado 2 de febrero en las páginas de opinión de El País por un experto, David Reher, catedrático de la Universidad Complutense, investigador principal del Grupo de Estudios Población y Sociedad (GEPS) y promotor del Centro de Estudios del Envejecimiento (CEE). A la liebre levantada por don David le salió al paso, en forma de artículo respondón o tocapelotas, la escopeta de otro experto, Juan Antonio Fernández Cordón, economista y demógrafo, investigador titular del CSIC. En resumen, mientras don David nos conminaba a prepararnos para afrontar una inevitable rebaja de las pensiones, don Juan Antonio no se tragaba el anzuelo.

En su afán por arrimar el arroz a su lepórido, el primero se empeñaba en explicar lo que parece evidente: la culpa está en la tozuda realidad de los números, tan incuestionable que solo torpes, inanes y mentirosos se atreven a negarla. Debo confesar que mientras que lo leía, con la cabeza caliente y los pies fríos, me ocurría lo mismo que a Thomas Mann mientras escuchaba un discurso de Georg Lukács: parecía que el orador tenía razón. Luego, en frío, la cosa cambia. ¿De qué realidad hablaba Reher? Releyendo el artículo, mire usted por donde, la única referencia medianamente algebraica sentenciaba: «el número de dependientes mayores aumenta de forma imparable y los grupos en edad de trabajar apenas crecen e incluso decrecen». De forma un tanto maniquea, don David daba por supuesto que todos, sin más argumentos, comulgaremos con su doble rueda de molino: que esta afirmación no tiene vuelta de hoja y que, por lo tanto, habrá un inevitable recorte de todo tipo de prestaciones sociales.

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Ocurre, sin embargo, que los números de hoy no son los de mañana y que los demógrafos, como sus tocayos los economistas, fallan más en sus previsiones que las escopetas de feria, lo que no impide que los políticos se queden engatusados y acudan a su llamada como las moscas a la miel. Dejemos que el certero pasado le ajuste las cuentas al incierto futuro, por más que el profesor Reher llame “realidad” a lo que pronostica para dentro de medio siglo, que no es otra cosa que, tal y como pronostica el INE, el índice de envejecimiento habrá aumentado en 2060. No pierdan de vista eso: se trata de un pronóstico útil que permite anticipar situaciones si se cumplen los escenarios previstos y puede ayudar a tomar decisiones. Pero es una mera especulación similar a otras que la realidad se encarga de desmontar.

Y la realidad es que lo que los demógrafos preveían hace treinta años para 2015 no se parece en nada a lo que sucede hoy. Quizás por aquello que decía CJC –que «en España se jode poco y mal»- llevamos más de treinta años con una fecundidad por debajo de la del Vaticano sin que lo hayamos notado en la población o en el mercado de trabajo: la inmigración ha compensado, casi matemáticamente, el déficit de neonatos. Como escribía Fernández Cordón, «El aumento de la población mayor es algo bastante más probable, aunque también con incógnitas. Si es cierto que las generaciones numerosas de los años 50-70 llegarán poco diezmadas a la edad de jubilación, la prolongación indefinida del aumento de esperanza de vida a partir de 65 años puede, por ejemplo, verse interrumpida por la degradación de la sanidad pública que los gobiernos neoliberales han puesto en marcha. No, la realidad futura no tiene la rotundidad de lo imparable, aunque es altamente probable que en el futuro aumente la población mayor y disminuya la población en edad de trabajar. A ello debemos prepararnos».

La segunda píldora a tragar según la receta del doctor Reher es que ese cambio hacia la senectud poblacional conduce necesariamente a un recorte del Estado de Bienestar y, en particular, de las pensiones. Respondamos con más postas. Según el INE, la población española será, en torno a 2050, de 44,3 millones, solo ligeramente inferior a la de ahora, 46,4. La gran diferencia es que el número de mayores de 65 pasará de 8,7 a 15,6 millones, mientras que el grupo de los que estarán en edad de trabajar (de 15 a 64 años), pasará de 30,7 a 23,4 millones. Admitamos estas cifras, aunque la inmigración podría ser superior a la prevista y probablemente lo será. La cuestión que será entonces relevante es: ¿cómo afecta la disminución de adultos jóvenes a nuestra capacidad productiva? En otras palabras, ¿podría una población en edad de trabajar más reducida que la actual producir igual o más que ahora? La respuesta es afirmativa.

Y como prueba del nueve esta: por demográficamente catastrófica que sea, ninguna proyección económica pronostica a largo plazo una disminución del PIB. Para conseguir tan mirífico resultado una de dos o las dos: por una parte, habrá que aumentar la participación en el trabajo. La tasa de empleo (porcentaje de ocupados en la población en edad de trabajar) es actualmente de 61% en España y podría fácilmente alcanzar 73 o 75%. Por otra parte, como aventuraron acertadamente Verne y Asimov, que para eso no eran economistas, se esperan aumentos importantes de la productividad. De hecho, una de las amenazas para el futuro sería la robotización extendida que permitiría producir cada vez más con menos gente (¡Ay, si Ned Ludd levantara la cabeza!). A la vista de lo cual se nos presentan dos problemas: a la vez faltan jóvenes (demografía) y sobran jóvenes (robotización).

En todo caso, el problema real que presenta a la sociedad el envejecimiento poblacional debe ser abordado desde la voluntad de mantener los niveles de vida de todos y, si existe un coste, que este se reparta de la manera más justa y no solo que sea soportado por los ancianos, que no tienen culpa ni del momento en que nacieron ni de vivir más tiempo.

Voy a terminar apoyando la conclusión de Reher: La cuestión clave para la sociedad es ver cómo se puede conservar lo más posible del Estado de bienestar, […] explicando a la sociedad lo que realmente está en juego, sin engaños. La gente es mayor de edad y capaz de entender las cosas.

(*) Manuel Peinado Lorca, biólogo, es catedrático de la Universidad de Alcalá