Qué casualidad que el jueves que me toca publicar el blog coincida con el 23 de marzo, mágica fecha en la que mi madre me trajo al mundo hace la friolera de… ¡¡40 años!!
Sí, señores lectores de Lo que diga la rubia, hoy cambio de prefijo y ya puedo decir que soy una cuarentona… aunque me cueste un berrinche cada vez que lo pienso.
Pueden enviar bombones, flores, bolsos y zapatos del 40 a la redacción de La Luna de Alcalá, que mis queridos editores me los harán llegar puntualmente.
Confieso que el regalo que le pido al cumple es que todo salga bien hoy en quirófano, porque el puñetero Murphy y sus malditas leyes han hecho acto de presencia en mi aniversario y, después de cuatro meses en lista de espera, el destino ha querido que mi padre esté hoy en el taller mecánico del Hospital Clínico poniéndose una rodilla nueva.
He estado pensado qué podía contar acerca de estos cuarenta años y he decidido hacer un repaso a estas cuatro décadas de vida.
Niña repelente
De los 0 a los diez años creo que fui una niña repelente. Nadie me lo ha dicho con estas palabras, por no herir mi sensibilidad pero como hablaba por los codos antes de andar… me da que debía resultar, como mínimo, muy pesada. Creo que ahí ya se gestaba mi pasión por la comunicación y la expresión que más he escuchado a tíos, abuelos y amigos ha sido “qué piquito de oro tenías hija”. De esa fecha datan algunas anécdotas míticas como ganar un concurso de radio con 8 años contando que de mayor quería ser periodista… ¡para que luego digan que no hay vocaciones tempranas! Esa fue la década en la que empecé a bailar, aunque mi primer acercamiento al ballet clásico, gorda, vaga, sin espíritu de sacrificio y sin elasticidad no tuvo mucho éxito. Lo que tengo claro es que lista ya era porque desde los tres años cuando iba a un restaurante y el camarero me preguntaba “¿qué quieres comer?”, yo siempre respondía “angulas”.
Contigo no, bicho
De los diez a los veinte fueron años duros… con once años me rompí la tibia y el peroné y esa lesión frustró mi prometedora carrera como bailarina de danza española (lo de la prometedora carrera no es verdad pero a mi amiga Marisa le gusta contar esa versión porque dice que tiene como más glamour). La adolescencia no me trató muy bien y fueron años de asumir que eres “la amiga simpática” y “la prima fea”. Todavía no existía el famoso vídeo “Contigo no, bicho”, pero más de uno seguro que lo pensó al verme hecha un adefesio por los bares de Bilbao con mis amigas del cole. Ahí fragüe una bipolaridad que consistía básicamente en ser extrovertida, sociable y profundamente tímida y retraída al mismo tiempo.
Te quiero… como amiga
La cosa mejoró un poco de los 20 a los 30, por aquello de la universidad, que empiezas a salir de noche, conoces gente y te medio espabilas pero fue la década oficial del “te quiero como amiga”. Deberían haberme dado diez euros por cada vez que un chico me ha dicho eso… creo que tendría una chalet en la Moraleja. Fueron años cuchipanderos, de exprimir la amistad, de viajar, de empezar a trabajar de periodista, de Europa Press, de Agencia EFE, años bonitos, años intensos que recuerdo con mucho cariño. Celebré los 30 con una fiesta multitudinaria, casi, casi como la que planeo para los 40… Si pudiera retroceder en el tiempo me daría dos bofetadas a mí misma y me diría: “Espabila nena, lánzate al vacío sin miedo que la vida es de los valientes”.
El patito feo
La treintena lo que me trajo fue la certeza de que quería cambiar todo lo que odiaba de mí hasta ese momento. Mis inseguridades, mi baja autoestima, mis miedos… decidí enfrentarme a ellos y plantarles cara… me leí el cuento de “El patito feo” y busqué el cisne que todos tenemos dentro. Empecé a trabajar en lo que quería ser, me independicé y tomé las riendas de mi vida (que ya era hora). La última década me han pasado más cosas que en los 30 años anteriores juntos. Han sido años de experimentar, de darme permiso, de vivir sin miedo, de aprender a quererme, de sentir, de seducir, de amar, de llorar por amor… de empezar a tener claro lo que no quiero y de saber que puedo ser segura, fuerte, independiente y también frágil, sensible y ñoña. ¿Por qué no? Todas ellas soy yo.
A ver los 40 qué sorpresas me deparan… De momento tengo claro que el mejor regalo de este cumple llegará en julio y se llamará Náyade. Ella cumplirá mi ansiado sueño de ser tía y cuento los días para verle la carita.