¡Hola, holita lunáticos! Ya estamos de vuelta y os prometo que lo único que me motivaba de poner fin a mis vacaciones era retomar el blog y contaros los chascarrillos del verano. Agosto me ha sentado bien y mal a partes iguales. Lo positivo han sido los destinos y las compañías y, por supuesto, tocarme el bolo 30 días seguidos, y lo malo es que ya no soy un bebé de guardería, con su correspondiente periodo de adaptación progresiva y me he incorporado a la vida laboral sin paños calientes y con el cuerpo y la mente en modo “Bella Durmiente”.
La primera clase de zumba después de un mes sin mover ni un solo músculo se saldó con la rubia que escribe al borde del infarto, con la cara color berenjena y un charco de sudor en el suelo que habría llenado una piscina Toy. Me pregunto cómo pude superarlo teniendo en cuenta que sólo a mí se me ocurre maldecirme montando una clase que ni mi peor enemigo… La culpa la tiene la fiesta remember de los años 80 del Hotel Hard Rock de Ibiza, y que con una cervecita fría en la mano incluir en la sesión ese country mítico llamado Cotton Eye Joe me pareció una idea excelente.
Cada día, cada clase, cada nota que emite el banjo maldigo la hora en la que se me ocurrió ser un sucedáneo barato de cowboy. Va a batir el récord de mini permanencia porque después de dos semanas sólo sueño con quitarla.
En mi defensa alegaré que los helados, las paellas y el pachorrismo se han pegado a mi culo en forma de tres preciosos kilillos y mi inconsciente ha debido creer que cuanto más duras sean las clases, antes abandonarán la nave nodriza (cosa que dudo porque el esfuerzo es proporcional al hambre atroz que tengo cuando salgo del gimnasio).
Chichillas extra aparte, el verano ha sido estupendo, me he reído lo que no está escrito en Vera, con mis amigas, jugando al chinchón en la terraza, comiéndonos un kilo de pipas saladas al día y apostándonos los cuartos en cada partida. Hemos llegado a la conclusión de que cuando prefieres jugar a las cartas en lugar de pasearte de punta en blanco por “Mujeres, Mojito, Mojácar” rodeada de personajes sacados de “Hombres, mujeres y viceversa” es que, definitivamente, estás tirando a yaya. Pero mira oye… estábamos tan a gustito que diría Ortega Cano.
En Calpe he tenido una experiencia religiosa… después de veinte años escuchando groserías acerca de mi eterna soltería, por primera vez varias casadas con hijos han defendido mi estado civil al grito de: “Déjala leches, que ésta ha sido la más lista de todas”. Claro qué jodías… ahora que ellas empiezan con las crisis de rutina y aburrimiento extremo mi situación les debe parecer un sueño lejano de juventud… ¿Por qué será que siempre queremos lo que no tenemos? ¡Qué inconformistas de pacotilla somos!
Allí también he comprobado como la descaradilla de mi ahijada de año y medio se echaba novio en su primer verano de playa, cuando yo que llevo la friolera de 37 años yendo al mismo sitio, jamás me he comido un rosco… ¿Será posible la enana que se ha ligado a un guaperas de dos años? Lo de que ahora los jóvenes van deprisa cuenta a partir de los doce meses porque vaya forma de abrazarse, andar cogidos de la mano y compartir cochecitos y globos de la Patrulla Canina. Eso es amor y lo demás son tonterías, señores. Veo que la voy a tener que atar en corto que se me suelta la melena en na y menos…
De la playa salté a Oporto, ciudad 3B, buena, bonita y barata que os invito a visitar en cuanto tengáis ocasión. Mi amiga Natalia y yo, sedientas de aventuras tuvimos la suerte de vivir un conato de incendio en un hotel de doce plantas. Estábamos tiradas en la cama en paños menores, descansando de las intensas caminatas cuando una voz y una alarma muy desagradable nos sacaron del letargo obligándonos a abandonar la habituación con lo puesto (es decir, apenas nada). Salimos corriendo como alma que lleva el diablo y comprobamos por las escaleras de emergencia que a otros huéspedes les había pillado en peores circunstancias… la cosa se quedó en susto ¡Afortunadamente! Porque en ese momento, en el que sólo puedes coger lo más importante, yo opté por apretar fuerte el monedero y el móvil… ¡No sin mi Smartphone!
El susto se me pasó en las tranquilas y cristalinas aguas de Ibiza, donde estaba colgado el cartel de “no cabe un alma”. Menos mal que mis amigos han obviado mi complejo de “Bella Durmiente” y me han obligado a madrugar para disfrutar de las calas vacías. Confieso que he vuelto asilvestrada después de ocho días descalza y con medio bikini como única prenda habitual. Me estorba la ropa, los zapatos me aprietan y me gustaría mucho ser Mowgli, pero por desgracia la única selva que piso es la de asfalto y ya estoy a tope en la rutina del día a día… Para motivarme de cara al otoño he iniciado un estudio de campo en Tinder que me genera muchas dudas… en dos semanas os bombardeo a preguntas, ¡a ver si me sacáis de este sinvivir!