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Saul Bellow en el juzgado de Alcalá, 1947 / Por Vicente Alberto Serrano

Saul Bellow en el juzgado de Alcalá, 1947 / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

Apenas pasada una década de la victoria golpista, algunos de aquellos extranjeros que habían sido testigos de excepción en la contienda optaron por regresar; tal vez porque deseaban describir a sus lectores el roto y desolado  paisaje de la derrota, después de la batalla. Fue el caso de Gerald Brenan y su mujer, Gamel Woolsey. Ella ya había descrito los bombardeos fascistas de su tierra adoptiva en 1936, a través de las sobrecogedoras páginas de Málaga en llamas (Ed. Temas de hoy). Él intentó analizar y entender las causas de la guerra civil en El laberinto español (Ed. Ruedo Ibérico) publicado en Londres en 1939. Cuando el matrimonio, después de trece años de ausencia, decide volver a su casa de Málaga en 1949, recorren antes una buena parte de La Mancha, Extremadura y Andalucía cuyas desgarradas impresiones quedarán anotadas por Brenan en La faz actual de España (Ed. Península) libro que lógicamente sería censurado por el régimen.

Carta de España

Saul Bellow no fue testigo directo de nuestra Guerra Civil, como lo habían sido Brenan, Woolsey, Orwell, Hemingway o John Dos Passos. Algo más joven que aquellos, en esos años aún estudiaba Antropología y Sociología en la Universidad de Chicago. Sin embargo sí tomó parte activa en la Segunda Guerra Mundial y acabado el conflicto decidió emprender viaje por una España de larga, sufrida y vengativa posguerra. El 15 de febrero de 1948 publicaba su extensa crónica con el título Carta de España en ‘Partisan Review’ la legendaria revista izquierdista norteamericana. Crónica que traducida por Benito Pérez Ibáñez, está recogida en Todo cuenta (Ed. Debolsillo), recopilación de ensayos y apuntes de viajes que Bellow escribió entre 1948 y 1994. El cáustico Philip Roth, poco dado a los cumplidos, llegó a afirmar que: «Saul Bellow, junto con William Faulkner forman la piedra angular de la literatura norteamericana del siglo XX». A mediados del pasado siglo, El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger (Ed. Edhasa) y Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow, (Ed. Cátedra) constituyeron dos de los títulos más emblemáticos y cómplices entre una adolescencia frustrada en su soledad. En 1976 se le concedería el Premio Nobel.

El escritor Saul Bellow y la fachada lateral de los antiguos juzgados, anteriormente Colegio y convento de los Dominicos de la Madre de Dios y hoy sede del Museo Arqueológico Regional.

Desde Hendaya hasta Alcalá

«Lo primero que salta a la vista en España, antes que la gente, las calles y el paisaje, es la policía…» De este modo arranca una narración que se inicia compartiendo asiento y conversación con un personaje bastante sospechoso e inquietante en un vagón con paredes de madera en la estación de Hendaya y terminará compartiendo asiento de madera con las familias de los acusados en la parte trasera de la amplia sala de audiencias del juzgado alcalaíno, asistiendo a una dramática farsa más del régimen franquista.

Los manuscritos de Gonzaga

Frente al paranoico hermetismo de Salinger, obsesionado hasta el desquiciamiento por permanecer como personaje oculto, con Bellow ocurre todo lo contrario, fue un hombre público y comprometido con las izquierdas desde una arriesgada posición troskista. En Las memorias de Mosby y otros relatos (Ed. Destino) se recoge el titulado Los manuscritos de Gonzaga, una enigmática y atractiva historia que se desarrolla en la España de postguerra y tiene como protagonista a Clerence Feller, un estudiante de literatura española en la Universidad de Minnesota que llega a Madrid en busca de un centenar de poemas perdidos del malogrado escritor Manuel Gonzaga, asesinado en Marruecos. Valorado como uno de los más originales poetas españoles modernos; de la categoría de Juan Ramón, Lorca o Machado. Un juego literario, una historia detectivesca a la búsqueda de manuscritos perdidos. Una vez más la sombra cervantina es alargada, hasta el punto que el autor, en un guiño malicioso, envía al protagonista hasta Alcalá de Henares tras una pista falsa. «En Alcalá –escribe Bellow– sólo se veían muros soñolientos, apergaminados árboles y piedras…» El relato posee un final sorprendente.

Verano del 47

Al igual que el estudiante protagonista de  Los manuscritos de Gonzaga. Bellow  también acaba en Alcalá de Henares en el verano de 1947, aunque no a la búsqueda de unos manuscritos perdidos, sino para asistir a un Consejo de Guerra contra diez trabajadores, tranviarios de Cuatro Caminos, acusados de distribuir el periódico comunista ‘Mundo Obrero’. Acompañado por un secretario de la embajada de Estados Unidos en Madrid, llega hasta la ciudad complutense en un flamante coche oficial al que soldados y Guardia Civil abren paso por las calles hasta alcanzar el juzgado donde se celebra el juicio. «Alcalá –escribe para sus lectores– es una ciudad antigua en claro deterioro, cuna de Cervantes y, en el siglo XVI, famosa por su universidad». Bellow  logra transcribir con su eficaz estilo mordaz e implacable en cada uno de los párrafos de ésta crónica la dramática farsa. «Varios republicanos –escribe– me han dicho que entre noviembre de 1946 y abril de 1947, han encarcelado a diez mil personas. Detienen a cientos de ellos cada mes, y los juicios de Alcalá de Henares prosiguen de manera interminable». Describe como uno por uno, los prisioneros van respondiendo al interrogatorio. La defensa no les pregunta, no se aportan pruebas, y no hay testigos. Cuando uno de los prisioneros se pone en pie para tratar de defenderse, el Presidente del tribunal grita: «¡Cállese! ¡Aquí no se habla de política! ¡Siéntese!» Tan solo dos años después, en 1949, la sexta flota de Estados Unidos arribaba al puerto de  El Ferrol del Caudillo, como símbolo de los lazos de unión que a partir de ese momento unirían a las dos naciones. Poco más tarde: Rota, Morón, Torrejón y Zaragoza tratarían de hacer olvidar a los supuestos demócratas norteamericanos porqué y contra quién lucharon los voluntarios de la Brigada Lincoln.