Hace veinte años, la Universidad y el Centro Histórico de Alcalá de Henares recibieron el título de Patrimonio de la Humanidad. La aceptación del título acarreaba un compromiso de salvaguardar la ciudad monumental y su entorno, la trama urbana y social que mantiene vivo el centro histórico. Ciertamente, vivir entre piedras centenarias es un privilegio, pero también crea unas servidumbres que tenemos que aliviar entre todos.
Entre las servidumbres se cuenta el tráfico rodado, para cuyo uso no fue diseñado el centro histórico. Diariamente son centenares los vehículos que transitan por él, a veces sin otro objetivo que usarlo como vía de comunicación entre diferentes puntos de la ciudad, liberando toneladas de contaminantes químicos y trazando itinerarios confusos y complejos a los que nos hemos acostumbrado, pero que han dejado de ser estrictamente necesarios una vez que la ciudad se ha dotado de otras alternativas viarias.
Los centros urbanos históricos de ciudades como Viena, Munich, Friburgo, Oxford, Cambridge, Bolonia, Orense, Santiago de Compostela o Pontevedra, por citar algunos, son absolutamente peatonales, y marcaron en su momento un camino irreversible que en todas ellas ha dado excelentes resultados. Como alcalde de Alcalá, desde el comienzo de mi mandato comencé a diseñar, en la soledad de mi despacho bajo el reloj del Convento de Agonizantes, la utopía de un casco histórico peatonalizado. La cortedad de miras de unos políticos inanes y de unos comerciantes tan cortos de miras como ultramontanos, dieron al traste con la utopía de una ciudad mejor.
En marzo de este año, la Organización Internacional de Fabricantes de Vehículos hizo públicos los datos de producción global del año anterior. Durante 2017 se fabricaron 97.302.534 vehículos en todo el mundo, lo que se traduce en un aumento del 2,4% con respecto a 2016. En el mundo se fabrican tres coches nuevos cada segundo. Una noche te duermes y, a la mañana siguiente, se han fabricado 90.000 coches nuevos. El parque automovilístico mundial superará con creces los 1.200 millones de vehículos. En 2017, en España se matricularon 1.462.234 vehículos a motor (un 84% de los cuales fueron turismos) lo que significa que en el tiempo que tarde en redactar este artículo se habrán matriculado entre 500-800 vehículos, al tiempo que circulaban por las calles y carreteras españolas más de treinta millones de vehículos a motor.
En Europa, el 50% de los trayectos en coche no alcanza los 5 km; el 30% ni siquiera los 3 km. El promedio de ocupantes por vehículo es de uno y los turismos suponen el 75% del total de pasajeros/km. Los estudios sobre el transporte en España señalan que los españoles recorremos por término medio unos 9.000 kilómetros al año, de los cuales casi el 70% son desplazamientos realizados en automóvil. Pese a ello, dos de cada tres conductores españoles desearían utilizar otra forma de transporte, incluyendo el más saludable de ellos, caminar. Este dato, verificado mediante encuestas en toda Europa, viene a reflejar el hecho de que el automóvil, concebido desde su aparición como un instrumento favorecedor de la libertad, se está convirtiendo en justamente lo contrario: en una pesada carga que, lejos de favorecer la comodidad de los usuarios, los aherroja y los atrapa, aprisionándolos en una cárcel mecánica que está convirtiendo las ciudades en complejos circuitos automovilísticos y a sus calles y plazas en inmensos aparcamientos.
El domingo 22 de septiembre de 2002, más de 1.200 ciudades europeas celebraron actos relacionados con la convocatoria de la Comisión Europea “La ciudad sin mi coche”, la cual, fundamentalmente, pretendía y pretende crear un compromiso ciudadano tendente a mostrar cómo podemos dejar de ser esclavos del automóvil y, utilizando inteligente y responsablemente nuestra libertad, colaborar activamente en tener ciudades más sostenibles. Les daré un solo dato: durante el día sin coches de 2001 se produjo un descenso del 70% en la contaminación química del casco histórico de Alcalá, incluyendo los gases de efecto invernadero y los compuestos químicos precursores del ozono.
En 2002, el Ministerio de Medio Ambiente (de un Gobierno del PP), de común acuerdo con la Comisión Europea, seleccionó Alcalá de Henares como una ciudad de referencia para evaluar los resultados del día sin coches. La selección obedecía a que Alcalá presentó en su momento la peatonalización del casco histórico como una medida de carácter permanente a implantar a partir del día sin coches de 2002. La ciudad se convirtió así en un foco de atracción para una importante medida que los responsables medioambientales europeos juzgaron como extremadamente positiva. Lo que entonces era una novedad, no era, desde luego, un paso en el vacío. La peatonalización de los centros urbanos históricos monumentales es una medida adoptada con éxito en otras ciudades europeas cuyo ejemplo es bien conocido (pueden encontrarse multitud de datos en este enlace). Destacaré el caso de Pontevedra, cuyo ejemplo se mira ahora desde todo el mundo.
En 2003, un año después que en Alcalá, Pontevedra apostó por peatonalizar la mayor parte del centro y, como suele ocurrir en estos procesos, los comerciantes se opusieron porque pensaban que sin acceso en coche nadie iría a comprar; ahora, piden al Ayuntamiento que peatonalice más calles. El centro de Pontevedra ha reducido las emisiones de CO2 un 88% y la prohibición del tráfico en automóvil ha conseguido que más del 70% de los desplazamientos se hagan a pie o en bicicleta.
La reducción de las emisiones supone salud, sobre todo para los colectivos más vulnerables: niños, ancianos, mujeres embarazadas y enfermos crónicos. La Agencia Europea de Medio Ambiente estima que en Europa se producen más de 400.000 muertes prematuras al año por la polución (en España, 6.084 muertes anuales se atribuyen a la exposición al dióxido de nitrógeno). La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en 2016 fallecieron 600.000 niños por infecciones agudas de las vías respiratorias bajas causadas por aire contaminado. El informe revela también que las mujeres embarazadas expuestas a altos niveles de contaminación del aire son más proclives a partos prematuros y a tener niños más pequeños y de menor peso. Estas sustancias «afectan al desarrollo neurológico y a la capacidad cognitiva, además de provocar asma y cáncer infantil», según ese informe.
En junio de 2003, el recién elegido alcalde, Bartolomé González, tomó su primera decisión como nuevo edil de la ciudad complutense: eliminar la peatonalización del casco histórico, tal y como había anunciado en la campaña electoral. No dispongo de datos sobre los daños a la salud que provoca el tráfico rodado entre los habitantes del centro de histórico de Alcalá, pero confío en que sean cuales sean, pese en las conciencias de los felones que, con Bartolomé González a la cabeza, acabaron con la utopía de una ciudad mejor.
© Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca