Por mucho que su silueta sea omnipresente en mil y un documentos turísticos, vídeos promocionales y millones de selfis; por mucho que protagonice algunos de los eventos culturales más importantes; por mucho que crucemos ante su fachada sin mirarla, siempre se siente algo distinto. Es el rectorado de la Universidad, pero no sólo eso, es Alcalá.
Viajemos hasta 1836. La Universidad Complutense se traslada a Madrid y la ciudad poco a poco se vacía y sus colegios se quedan huérfanos. También el más importante: este, el de San Ildefonso, que acabaría siendo subastado, revendido y expoliado. Ante esa desastrosa situación un grupo de alcalaínos constituye en 1851 la “Sociedad de Condueños de los edificios que fueron Universidad” y compra este y otros edificios. Cierto es que cedieron el colegio de San Ildefonso para Academia de Caballería entre otros usos. Pero lo salvó de su desaparición.
Hoy 23 de abril, día internacional del libro, se nos antoja de justicia recordar que lo que se fundó para promover el saber -y que derivó en toda una industria editorial con imprentas y casas de libros a su alrededor- a punto estuvo de perderse de no ser por quiénes se atrevieron a ser su condueños.
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